lunes, 30 de julio de 2012

Explanada de las Mezquitas - Estambul



La parada del tranvía es Sultanahmet, y sabía que iba a divisar la Mezquita Azul en cuanto me bajase. Recorro la zona del parque de los alrededores inquieta, algo desorientada, buscando a mi compañera de viaje. De repente, miro hacia un lado y allí, ante mí, se levanta Santa Sofía. Lo inesperado del encuentro hace que la emoción me inunde a pesar de haber visto su imagen cientos, miles de veces; de saber que estaba en esa misma zona; de haber estudiado su construcción, toda su historia… o tal vez precisamente por eso. Allí parada, entre los turistas que revolotean fotografíando y la población local, que pasea tranquilamente, siento lo especial que es el lugar. La vida sigue bullendo en estos lugares que contemplan los ires y venires impasibles, ignorantes la mayoría de aquellos que los recorren de su trascendencia en la historia. El olvidado legado bizantino, la nostalgia del esplendor otomano. Cae la tarde y es Ramadán, la llamada del muecín desde las mezquitas marca el comienzo de la fiesta. Hay lugares que de noche se vuelven fríos, hostiles, fuerzan la retirada al hotel. Pero Estambul abre los brazos en la noche calurosa y húmeda, y la explanada es una fiesta. Sólo hay que aparcar el tiempo a un lado y dejarse llevar por la música, los olores y la historia.

Autora: Raquel Jimeno Revilla

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